«El patriotismo es el último refugio de los canallas».
Samuel Johnson
A ciento cinco años de la promulgación del manifiesto
futurista por el poeta italiano Filippo Tommaso Marinetti, en el diario parisino Le
Figaro, el 20 de febrero de 1909, todavía hoy encontramos resquicios de
tal ejemplo de estupidez humana, en aquellos que siguen proclamando la barbarie
en servicio del progreso y la virtud, tras la máscara del
patriotismo, y refugiados en su propio aburrimiento. Canallas los ha habido
siempre y siempre los habrá. Pero de los canallas que han alzado como patria la
bandera de la vanguardia, el arte y la intelectualidad, en pro de la guerra y
el desprecio, sin duda, destaca Marinetti.
Filippo
Tommaso Marinetti
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Un manifiesto que proclamaba, entre otras, la
glorificación de la guerra -única higiene del
mundo-, el militarismo, el patriotismo, el gesto destructor de los anarquistas,
las ideas por las cuales se muere y el desprecio por la mujer. Cinco años
más tarde, la Gran Guerra le daría la razón y posteriormente sería el propio Mussolini quien asumiría como propios los ideales futuristas. Marinetti abrazó el fascismo hasta su muerte, en 1944. Fue su último refugio.
Pocas veces un manifiesto cultural ha sido tan caducado por su propia
producción artística. Dicha producción
se mantiene aún vigorosa e incluso vanguardista en estos albores del siglo XXI.
Nada importan, o deben importar, los principios morales sobre los que muchos de
aquellos artistas se inspiraron para dar forma a sus creaciones, más allá de la mera puntualización en el contexto del manifiesto. Su arte
sobre la percepción y el movimiento, la negación de lo instantáneo, la
velocidad y el progreso mecánico, técnico y arquitectónico, es vital y
eternamente joven.
Es el propio arte futurista la negación del manifiesto de Marinetti, cuya evocación del olvido y la fugacidad se opone al recuerdo, merecido, de tal
extraordinario legado artístico.
Marinetti queda prisionero del recuerdo gracias a la producción artística del
movimiento que él mismo fundó. Y lo es, en contra del glorificado olvido y de varias sentencias de su impronta, como la «eterna velocidad omnipresente». El poeta italiano que pretendió liberar a su país de «su fétida gangrena de profesores, de
arqueólogos, de cicerones y de anticuarios», aquél que clamó destruir los museos y las bibliotecas, quedará marcado en la Historia para siempre, unido al movimiento futurista, a priori a su pesar. Sin embargo, es muy
posible que entre las paradojas que esconde la naturaleza de este poeta italiano, se esconda un motivo de egoísta permanencia, contrario a
sus principios manifiestos, pero deducible de un canalla.
Javier Ballesteros