viernes, 5 de diciembre de 2014

El espíritu de la colmena. Iconografía e iconología


«Un espíritu todopoderoso, enigmático y paradójico al que las abejas parecen obedecer, y que la razón de los hombres jamás ha llegado a comprender».
Víctor Erice


La escasa filmografía de Víctor Erice, nacido en Carranza, Vizcaya, el 30 de junio de 1940, es, sin embargo, uno de los legados más recurridos por todos aquellos aspirantes a cineastas en España y el resto del mundo. Sus tres filmes y varios cortometrajes son revisitados continuamente en las escuelas de cinematografía de todo el mundo, motivo suficiente para ahondar en el estudio iconográfico e iconológico de su trabajo. Un estudio que parte del método iconográfico-iconológico que Erwin Panofsky, historiador de arte y ensayista alemán, desarrolló en buena parte de su obra. 

Juan Antonio Ramírez, en su libro Iconografía e iconología (Ediciones Bozal, Madrid, 1996) describe así los tres niveles del método panofskiano:

«- El nivel pre-iconográfico es un estudio de la imagen que comprende su descripción detallada.
- El nivel iconográfico supone identificar las diferentes manifestaciones figurativas que han tenido una larga continuidad a lo largo de la historia de la iconografía, como la mitología griega o los emblemas.
-El nivel iconológico requiere de una aguda capacidad intuitiva por parte del investigador, ya que éste debe re-descubrir la manera en que el artista compuso las imágenes: cuáles fueron sus fuentes y qué es lo que atesoran (filosofía, estructura de pensamiento, sociedad, etc.)». 

En su traslación del motivo pictórico al cinematográfico entendemos la «imagen» como la obra en su conjunto. Por lo tanto, un primer nivel pre-iconográfico consistirá en la descripción del planteamiento de la película: estilo fílmico y contexto histórico, básicamente. Un segundo nivel iconográfico identifica la cultura artística y las líneas de significación superficiales, básicas, del relato: el argumento. El tercer nivel iconológico relaciona las fuentes iconográficas con los símbolos de la obra para deducir sus significados de segundo orden. 

Entre las tres obras, imprescindibles, de Erice, junto a El sur (1983) y El sol del membrillo (2002), El espíritu de la colmena (1973) se erige como fundamental en la totalidad del cine español. Asistimos ante un film de continuo estudio desde su estreno, tanto en su enclave particular como en su dimensión histórica.


Cartelería diversa de El espíritu de la colmena


El espíritu de la colmena nos sitúa en Hoyuelos, una localidad segoviana perteneciente al municipio de Santa María la Real de Nieva, en el año 1940, primer año de postguerra. En este ambiente hermético, el silencio es el mayor protagonista del lado adulto de la historia. Ellos, los adultos, acaban de decirlo todo; se limitan a obedecer y esperar. 

En una primera lectura pre-iconográfica entendemos que se trata de un relato de corte realista donde Erice proporciona cuantiosos detalles que perfectamente nos permiten contextualizar un periodo histórico determinado. La inconcreción de la datación («un lugar de la meseta castellana hacia 1940…») con que se inicia la película incide en el estancamiento ―tecnológico, científico, artístico, etc.― que durante décadas vivió un país marcado por la insignia falangista del yugo y las flechas. Es decir, es irrelevante detallar una fecha concreta cuando se está haciendo referencia a un período de varios años en los que un día era igual al siguiente, y al siguiente, y al siguiente…

En un segundo nivel, de análisis iconográfico a partir del relato y la estética visual, encontramos el discurso argumental y la relación pictórica del film. Sinópticamente, El espíritu de la colmena atraviesa la dura posguerra española tomando la anécdota de la llegada del cinematógrafo a un perdido pueblo castellano. El punto de vista de dos niñas muy pequeñas fascinadas por una película de terror, mezclando fantasía y realidad, creyendo ver pistas del monstruo cinematográfico en su pueblo, donde el padre trata de iniciarlas a la vida, y en un marco donde el miedo y la represión están latentes, marca los hitos de una narración intensamente poética. Respecto a la relación pictórica, sus imágenes plenas de matices parecen utilizar las luces y claroscuros que vemos en cuadros de Rembrandt, Velázquez, Vermeer o Goya, consiguiendo transmitir una atmósfera creada por las relaciones humanas.

A partir del primer planteamiento iconográfico anterior, de la contextualización y estética del film, es posible relacionar estas fuentes e indagar en un estudio iconológico con el que tratar de acercarse a la propia simbología de la película. 

Es imprescindible en el caso de El espíritu de la colmena comenzar este análisis desde el hermetismo, desde el silencio, protagonista de algún modo de la película y clave de muchos códigos de la misma. Los principios de este hermetismo moral, social y político, enclave en los adultos del film, parecen mostrar un carácter altamente ambiguo. De hecho, Erice afirmó en alguna ocasión que los censores franquistas no pudieron tocar un solo fotograma de la película ya que no tenían argumentos ante ella. Además, aseguraba que estaban convencidos de que nadie la vería.

En la película, Fernando —interpretado magistralmente por Fernando Fernán Gómez— es un apicultor padre de dos niñas, Ana e Isabel, de 6 y 8 años respectivamente. Casado con Teresa —interpretada por Teresa Gimpera—, su relación se limita a la convivencia y el distanciamiento en la pareja es más que evidente. Al igual que con el resto de las cuestiones aparentemente planteadas, el film no responde a ninguna de las cuestiones sobre este distanciamiento y se limita a enseñarnos sus almas por separado. Fernando, en cuyo rostro podemos reconocer cierta desolación y resignación, no desvela, sin embargo, los motivos de su apatía en ningún momento. Es evidente la lógica alusión política de todo el contenido en la película; la orientación en este sentido del apicultor castellano puede llegar a ser lo suficientemente ambigua como para evadir la censura, como decía el propio Erice. 

El personaje de Teresa, al igual que el de Fernando, es de carácter reservado y paciente. Sin embargo, el universo interior de Teresa es muy diferente que el de su marido y la dirección de sus pensamientos se nos antoja muy distanciada de la de su marido, en las pocas evidencias que nos muestra la película. Enamorada de un amante soldado con el que se cartea, no sabemos tan siquiera si está vivo o muerto. 

Por otra parte, en El espíritu de la colmena es protagonista absoluto y omnipresente la inocencia, o lo que es lo mismo, la infancia. Ana e Isabel ven por primera vez en la realidad y en la ficción la película de James Whale, Frankenstein de 1931. Así da comienzo el film, con la llegada de las cintas de Frankenstein al pueblo para su proyección. Es precisamente la figura de Frankenstein la que dota al film de un sentido casi antropológico desde el análisis iconológico, ya que éste es utilizado en la película como metáfora de la dualidad entre el bien y el mal. Significa un símbolo transitorio y de redención hacia lo culpable. En todo momento son recurrentes las cuestiones de las niñas, sobre todo de Ana, hacia la naturaleza de Frankenstein y el dilema entre el bien y el mal. Intentando encontrar una respuesta sobre el por qué del asesinato de la niña en la película proyectada en el pueblo, Ana se imagina poder preguntárselo personalmente al monstruo. Para ella, y esto es lo maravilloso del film, Frankenstein existe de verdad. Y existe de tal manera que finalmente, hacia el final de la película, se le aparece en la realidad. Es de suponer que ese Frankenstein que ve Ana es el espíritu enunciado en el título. Sin embargo, Erice consigue una narración multidireccional, con lo que no llegamos a saber exactamente a qué o quiénes hace referencia. El otro personaje infantil, Isabel, un personaje lleno de misterio y símbolos, es de carácter más oscuro y sus dilemas giran en torno a la vida y la muerte, o al menos, eso parecen reflejar algunas de las escenas de Isabel; por ejemplo, en la que engaña a su hermana fingiendo su muerte. 

La figura de Frankenstein es utilizada en El espíritu de la colmena
como metáfora de la dualidad entre el bien y el mal.

En el interior de Ana crece la idea de la existencia de Frankenstein, y más tras encontrar a un miliciano fugado de un tren que se esconde en una caseta abandonada. Este «maqui» sirve de conexión entre la realidad histórica del relato, apuntada en el análisis iconográfico, y la simbología del espíritu derivado de la ficción, de Frankenstein, motivo plenamente iconológico.

Como hemos señalado, los símbolos en El espíritu de la colmena abundan y las referencias hacia la condición humana están presentes en todo el relato. Todo ello es más evidente en la estética y escenarios del film que en la narración, que es especialmente hermética, escasa en diálogos. 

En el uso icónico-estético, particularmente, cabe destacar la evocación de una propia colmena en el interior de la casa, con esos filtros anaranjados y ventanas de rejilla. También en los exteriores, en la caseta y los campos. Todo gracias a la fotografía maravillosa de Luis Cuadrado. 

El espíritu de la colmena en el interior de la casa,
evocado con filtros anaranjados y ventanas de rejilla

Como conclusión cabe indicar la especial idoneidad de la obra de Erice como aplicación del método iconográfico-iconológico panofskiano en la obra cinematográfica. Un método que encaja a la perfección en el estudio de una cinematografía en estado puro como la del vizcaíno, donde la estética de las imágenes se absorbe sin dificultad ante la mera contemplación. Sin embargo, su lenguaje audiovisual está repleto de simbolismos e invita a una reflexión sobre la herencia cultural del mismo, tanto pictórica como literaria, y de una revisión del contexto histórico y social del discurso, como fuente de un ulterior análisis iconológico.


Javier Ballesteros



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